Bueno viernesito pre fin de semana de guerra campal para nosotros los mexicanos, donde tendremos que elegir entre puro zoquete hacia quién se van a dirigir los memes en redes sociales durante los próximos seis años. Es una situación bastante triste que mucha gente prefiera perder amistades para defender a un montón de sangijuelas que no dudarían ni un segundo en vender a cada uno de nosotros al mercado negro, pero bueno en ese momento estamos.
Mejor agarren su tacita de café (un cold brew para el calor, mejor) y disfruten del cuentito de hoy.
Este es el cuento más largo hasta ahora. También es el que más he disfrutado escribiendo. Como tal, se me complicó escoger la pieza auditiva de hoy sobre todo porque en esta ocasión, el tono cambia dramáticamente en un punto y necesitaba una canción que hiciera lo mismo. Luego me acordé de Carpenter Brut, que fue el artista que me metió al mundo del dark synth.
Esta es la parte de tres de esta serie de cuentos. Si apenas te vienes uniendo a Nebula esta semana, o para que llegues a esta historia con la memoria bien fresca, aquí te puedes aventar la parte uno y la parte dos.
El sonido de las pesadas botas de Cleo y Gaddi es difícil de ocultar en la infinidad del pasillo, pero caminan lo más cuidadoso que pueden para silenciar sus pisadas. “Esta cosa es enorme,” murmura Gaddi.
Los túneles parecen medir poco más de cinco metros de ancho y tres de alto, la poca luz que emana de varias franjas que recubren los costados a lo largo del suelo, apenas y alcanzan a alumbrar el techo. Cada nuevo corredor que aparece a la izquierda o derecha intercala diferentes franjas de luces, verde, amarillo, rojo, verde otra vez.
Luego de 10 minutos caminando en línea recta bajo un silencio total, empiezan a escuchar un leve raspado de metal con metal a un par de metros delante de ellos. El ruido viene de uno de los pasillos a los costados. Una unidad Transportadora cruza frente a ellos por el siguiente pasillo a su derecha a paso letárgico, cargando varias cajas en su parte trasera.
Cleo y Gaddi lo alcanzan después de unos cuantos pasos y caminan detrás de él. El Transportador continúa su camino por el pasillo, bloqueando el túnel a sus anchas.
“Estos van mucho más rápido allá arriba,” suspira Gaddi.
“Eso es porque no van sobre rieles,” responde Cleo, señalando a los costados del suelo. Alumbrados por la tenue luz de la parte trasera del Transportador, ahora pueden ver dos ranuras que corren paralelas a lo largo del suelo del túnel. El vehículo parece encajar en ellas mediante un accesorio que se desliza y se conecta debajo de las ruedas.
El Transportador se detiene de pronto y chocan con él. No se habían dado cuenta, pero ahora están frente a un par de grandes compuertas que se abren con un ruido sordo para recibirlos a que puedan continuar su marcha.
El túnel se abre a una habitación mucho más amplia, tanto que la poca luz que los rodea ni siquiera puede iluminar su tamaño. Cleo baja su visor y dos linternas cobran vida en cada extremo de su casco. Por su parte, Gaddi enciende una linterna que saca de uno de los bolsillos de su chaqueta.
Frente a ellos, aparecen líneas y líneas de cintas transportadoras. Gaddi dirige su luz hacia arriba, de donde cuelgan brazos robóticos que sujetan piernas, torsos, cabezas y demás piezas de autómatas que adornan casi cada centímetro del techo oscurecido: estrellas metálicas que reflejan la luz de la linterna en un espacio interminable de oscuridad.
Cleo recorre con la mano una de las cintas transportadoras. Mira a su alrededor, tratando de darle sentido a lo que está viendo. Su casco apenas le deja ver un par de metros frente a ella, pero con cada paso que da, una enorme masa oscura comienza a vislumbrarse en el centro de la habitación. “Gaddi, apunta al centro.” Gaddi alumbra la parte superior de un enorme tanque cilíndrico. Al bajar la luz, se ilumina la parte trasera de un conjunto de computadoras junto al Transportador, que ya se ha detenido en seco.
Cleo rodea el tanque cilíndrico y mira con curiosidad las computadoras. “‘¡Aquí está!”, le grita a Gaddi. A un lado, encima de un módulo de descarga de datos, yace el dron de Cleo. Parece estar intacto, pero cuando lo levanta se da cuenta de que una parte de su revestimiento trasero fue removido.
“¿Qué te hicieron, bebé?”, murmura dándole vueltas en sus manos.
Un leve pitido desde los monitores llama la atención de Cleo. Las pantallas comienzan a brillar, un mensaje se escribe de a poco.
“¡IDIOTAS, PUEDO VERLOS DESDE QUE ENTRARON!”
“Gaddi—”
Las puertas de la entrada al cuarto chillan y se cierran. Las luces de la habitación comienzan a encenderse una tras otra. Lo que parecía ser el centro del cuarto no es más que la tercera parte de una gigantesca planta de construcción. Luz; no, la cuarta parte. Luz, quinta. Luz. Luz. Luz. Para cuando queda completamente iluminado, Cleo da un paso hacia atrás, la inmensidad del interior donde se encuentran es abrumadora. Solamente la entrada está repleta de maquinaria, el resto es una extensión vacía de blanco y gris.
Un enorme tubo desciende del techo y se conecta a la parte superior del tanque justo al lado de Cleo. El tubo se eleva nuevamente en el aire y jala consigo lo que aparenta ser la carcasa exterior del tanque. Cleo ve unas enormes piernas robóticas, casi el doble de gruesas que ella, aunque solamente varias placas metálicas cubren un raquítico exoesqueleto plateado teñido de verde. A medida que el caparazón se sigue levantando, el torso queda expuesto. La pieza del pecho es mucho más grande que la columna vertebral que lo sostiene, lo que le da una apariencia ahuecada y encorvada. Solamente el brazo izquierdo está conectado al cuerpo, en su lado derecho apenas se ve el muñón de un antebrazo inacabado.
La cabeza tiene forma triangular, con una mandíbula hexagonal que cuelga a la altura del cuello. Su frente tiene dos hendiduras profundas a los lados y los cuencos de los ojos son parecidos a los de un cráneo humano. Los “ojos”. Los ojos ya emanan un tono verdoso.
Cleo saca su cortador láser. La enorme bestia levanta su mano izquierda y la separa de su cuerpo mediante un mecanismo similar a una cadena, disparándolo en línea recta hacia Cleo. La golpea justo en la cara, pero su casco recibe la peor parte del golpe. Su visor se rompe en pedazos y un gran trozo se clava en el lado derecho de su rostro, apenas a un par de centímetros de su ojo. “¡Ah!”, grita entre sorpresa y dolor mientras es arrojada varios metros hacia atrás. El dron que sujeta sale volando por los aires.
“¡Cleo!”, se escucha en el aire. Cleo se golpea en la cabeza al caer y siente un líquido tibio caer entre sus pestañas. Cierra el ojo derecho para evitar que la sangre que ahora sale de la cortada en el costado de su rostro se lo inunde y coloca su mano sobre la herida, trazando con uno de sus dedos los bordes del afilado pedazo de vidrio. De un tirón se lo arranca y la sangre le cae por toda la mitad de la cara; siente cómo le moja el cuello de su ropa. Intenta levantarse, pero el mareo la hace tropezar. Estrellas brillantes y lágrimas oscurecen su otro ojo.
“VOY A OCUPAR ESTAS COORDENADAS.”
“No, no lo harás maldito— Oof.”
Cleo escucha un golpe seco y a Gaddi jadear de dolor. Cleo parpadea un par de veces, haciendo que las estrellas desaparezcan, entre su ojo lloroso y las cintas transportadoras que obstruyen su vista, ve la forma borrosa de Gaddi desplomada en el suelo y el par de piernas metálicas caminar torpemente por encima de los rieles en el suelo hacia él. Los rieles, piensa.
Entre tomas de aire entrecortadas, se pone de pie. Todavía agarrándose el costado de la cara, se resbala en el suelo embarrado de sangre y tropieza hacia el Transportador, hurgando sus bolsillos con la otra mano y sacando su pequeño control. Todo lo que escucha son los pasos lentos y pesados del gigante robótico y a Gaddi tratando de ponerse de pie. Cleo ingresa lo más rápido que puede varios comandos en el control y lo apunta hacia el Transportador. Las luces del vehículo cobran vida y comienza a moverse de reversa, aunque a un ritmo casi glacial.
“Maldita—” Cleo gime desesperada, se lanza hacia las ruedas traseras del Transportador y desengancha de ellas el accesorio del riel con ambas manos.
“MUERE, BASURA.”
Con un último empujón, el vagón se desliza y aterriza en el suelo, Cleo detrás de este. Cleo vuelve a apretar el botón en su control y esta vez, oye cómo los motores del Transportador arrancan y lo ve acelerar, ganando velocidad en una distancia muy corta.
Un choque ensordecedor envuelve la habitación, seguido de otro al momento que vehículo y robot se estrellan contra el par de pesadas puertas en la entrada del cuarto. Apenas un par de segundos después, Cleo siente que la levantan de su brazo izquierdo. Aturdida, voltea para ver a Gaddi caminando lo más rápido que puede mientras la sostiene. Al parecer, sus piernas también se mueven.
“Hay otra salida en la parte de atrás. Pásame tu control.”
Los siguientes minutos son confusos para Cleo. Recuerda a Gaddi tecleando furiosamente en su control. Luego otro conjunto de largos pasillos y luces verdes, amarillas, rojas, verdes otra vez. Finalmente, siente el aire frío del exterior al emerger del otro lado de la montaña. A medida que el amanecer se asoma en el horizonte, son bañados en rayos de luz rosas y dorados.
Un leve estruendo detrás de ellos los sobresalta momentáneamente y ambos saben que la abominable fábrica que habían presenciado se ha derrumbado por dentro. “Están escondiendo sus pasos,” murmura Gaddi mientras se quita el brazo de Cleo de sus hombros. “Mierda, ¿estás bien?” Gaddi se arrodilla y comienza a atender la herida de Cleo.
“¿Se lo llevó, verdad?” Cleo le pregunta, retrocede de dolor cuando le toca la cara, pero lo deja examinar el corte.
“¿Qué?”
“El dron”
“No tengo con qué esterilizar la herida,” Gaddi contesta distraído. Cleo, que todavía no se atreve a abrir su ojo derecho, lo oye arrancarse una de sus mangas de las costuras.
“¿Se lo llevó, verdad?” Cleo repite. Ahora siente cómo Gaddi le quita lo que queda de su casco y le venda la frente. El pedazo de manga rápido se empapa de sangre.
“Sí.”
“¿Qué encontró?” Cleo dice entre respiraciones. “Qué— ¡Ah!” Se agarra la cabeza, la adrenalina lentamente se desvanece y el dolor le llega por completo. Gaddi la sujeta entre sus brazos mientras el amanecer se asoma por el horizonte y son bañados por rayos de luz rosas y dorados.
Momento del divague
Uno de los memes favoritos en el mundo de la ciencia ficción es este:

A medida que la tecnología evoluciona más y más, hemos visto este ejemplo replicarse en la vida real a un ritmo alarmante. Ejemplos hay demasiados:
Podemos empezar con Neal Stephenson escribió la distopia Snow Crash en 1992; de hecho, él fue quien creó el término “metaverso“.
Ernest Cline, autor de Ready Player One (ugh) y que claramente es fan de Snow Crash, firmó para llevar su novela al, adivinaron, metaverso.
Netflix tuvo el hitazo de Squid Game y lo primero que se le ocurrió fue hacer un un reality basado en la serie.
Sam Altman de OpenAI, el nuevo megalómano del mundo tecnológico, que andaba queriendo conseguir Scarlett Johansson para hacer la voz de su IA al estilo Her —aparentemente, incluso personas realmente inteligentes tienen nula media literacy—.
Tenemos a multimillonarios inyectándose sangre de adolescentes para intentar vivir por siempre, como si fueran Elizabeth Báthorys del siglo XXI.
La CEO de Bumble diciendo que tu IA persona podría salir otras 600 IA personas para que tú no tengas que hablar con ellas, como si ya no existiera un episodio de Black Mirror con esta misma premisa.
El creador original de Oculus, que ahora le pertenece a Meta, andaba haciendo su propia versión del NerveGear de Sword Art Online. SAO es un anime donde la gente se mete a un videojuego y si se muere ahí, lo mismo le pasa en la vida real.
Ni quiero hablar de este atemorizante manifesto tecnocapitalista que de no ser porque lo escribió un multimillonario y no alguien que vive en una choza sin contacto humano, ya lo estarían encerrando en una habitación acolchada.
¿Qué sigue? ¿Skynet? Espera… ¿que ya existe una compañía que se puso Cyberdyne? Madres.
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