¿Qué pasaría si las montañas no fueran montañas, sino las placas dorsales de un monstruo gigante dormido por milenios? Tomemos como ejemplo el Cerro de la Silla en Monterrey y la última aparición de Godzilla en Godzilla x Kong: Nuevo Imperio -donde el inútil del chango no hace ni madres y en realidad Godzilla pudo haber solucionado todo el problema en cinco minutos, pero bueno-.
El árena natural Sierra Cerro de la Silla mide alrededor de 43 kilómetros y Godzilla tiene una altura de unos 127 metros. El Rey de los Monstruos tiene una apariencia un poco “chupada“ en la película, con un abdomen bastante sumergido, sus piernas son casi del tamaño de su torso y su cola tiene un tamaño similar, así que si de pronto “Sillazilla“ se despertara de su sueño, tendríamos un mastodonte de unos 21 kilómetros de altura casi el doble de la altitud que alcanzan los vuelos comerciales.
Ahora bien, eso le daría al buen Silla (no confundir con Zilla como se le conoce a la versión estadounidense del ‘98 de nuestro reptiliano amigo) un peso de 16 mil millones de toneladas asumiendo que… esperen, esto es un newsletter de historias de ciencia ficción, no de matemáticas de servilleta hechas por alguien que muy apenas aprobó matemáticas. A seguirle.
En “El Océano de Cristal“ ya habíamos conocido a Cleo, nuestra protagonista, aunque haya sido solo por un momentito. En este Vol. 4 van a tener su primer encuentro cercano con ella, unos cuantos años antes de se subiera a esa nave en búsqueda de respuestas. Aquí verán una Cleo mucho más joven, pero con ese empuje que tiene la chaviza cuando tiene sueños antes de que el mundo corporativo se los coma vivos - en este caso, las Inteligencias, supongo-.
Por eso, me imagino una canción con un tono más esperanzador, pegajosa, pero que al mismo tiempo demuestre ese espíritu aventurero que nunca va a perder. Para los que saben, esta canción me da un sentimiento de RPG viejito en donde estás conociendo a los compañeros que te van a acompañar a demostrarle a esa deidad imponente quién es el verdadero jefe (porque así son los RPGs, empiezas caminando en cloacas matando ratas y terminas parado encima de la Vía Láctea enfrentándote a la manifestación física de algún dios antiguo con objetivos incomprensibles).
Tac. Cleo baja su visor para soldar de golpe. Sus bisagras crujen y una de ellas se rompe. “Ah”, se quita el casco y lo tira a la pila de materiales en su mesa de trabajo, haciendo una nota mental de arreglarlo más tarde. En medio de ese mismo desorden de herramientas, maquinaria a medio reparar y planos apilados, toma unas gruesas gafas que estaban debajo de un dron averiado y las ajusta sobre su cabeza.
“¿En qué problema te vas a meter ahora?”, escucha a sus espaldas. Gaddi está parado en el marco de la puerta del taller, una mochila en su mano derecha y una herramienta eléctrica en la otra. Cleo gira la cabeza, lo alcanza a ver de reojo y vuelve su mirada a la pila de cables, transistores y placas de metal con bordes rayados y raspados, de donde las desprendió a la fuerza la mañana anterior de un vehículo de transporte.
“Eh, ¿Qué es lo peor que pueden hacerme? ¿Regañarme? Ya me ha regañado antes”, contesta Cleo, sin quitar sus ojos ámbar oscuros de su mesa de trabajo.
“Ya tienes tu fama, ¿sabes?” Dice Gaddi, bajando los dos escalones de la entrada. Sus pesadas botas retumban en el pequeño cuarto.
Cleo suelta el desarmador que sujeta y voltea hacia Gaddi. “¿La trajiste?”.
Gaddi le extiende la herramienta, una maquinaria de cuerpo plateado y un fuste delgado con tres puntas. Cleo sostiene el instrumento a la altura de sus ojos y presiona el botón que tienen en un extremo del mango. Chispas vuelan de las tres puntas.
“Perfecto.”, dice Cleo. Toma una de las relucientes placas metálicas y camina hacia dos tanques de agua que tiene apoyados en la pared al fondo del cuarto, uno burbujea con un misterioso tono azulado. Cleo cuelga la placa en una rejilla y la admira mientras la sumerge lentamente en el tanque. “No es como que estoy buscando problemas a lo tonto”, le dice a Gaddi mientras revuelve el agua con una vara que estaba recargada en la pared.
"¿Recuerdas a Dron, el Explorador que reparé y enviaba a volar?"
"Claro", dice Gaddi. "Nunca volvió."
"Bueno, quiero recuperarlo. Lo envié a escanear el océano, y estoy bastante segura de que encontró algo interesante, porque fue interceptado por algo en su camino de vuelta. Pero, justo ayer, recibí otra transmisión suya, en las montañas".
Gaddi mira la máquina averiada sobre la mesa de trabajo de Cleo. “¿Y tu solución es simplemente hacer otro?”
“Genio,” responde Cleo, tirándole un gesto indiferente con su mano libre.
“¿En serio?”
“Sí, pero no. Mira,” Cleo guía a Gaddi hacia los tanques de agua. “¿Sabes cómo casi todo autómata que hacen las Inteligencias tienen una cubierta de este metal? El otro día estaba jugando un poco con estas piezas y noté que el material tiene varias propiedades interesantes si le aplicas electricidad.” Cleo pone la mano derecha en el tanque y lo golpetea con sus dedos.
“¿Otro de tus experimentos? Este se diferencia de los otros…” pregunta Gaddi.
Cleo le tira una sonrisa de oreja a oreja. “La tierra aquí en Cythera tiene más minerales que cualquier otra parte de Arkania. Si hago una mezcla con el metal, el agua y luego aplico electricidad. Para eso es-”, Cleo corre al otro lado del cuarto, toma la herramienta que le trajo Gaddi. “Esto lo utilizan para soldar, ¿cierto? Normalmente, tienen un—” abre el artefacto, hurga dentro con unas pinzas y remueve un pequeño chip que extiende hacia Gaddi,”—un inhibidor de voltaje”.
Gaddi toma el chip entre sus dedos y lo acerca a su rostro. Su mirada recorre las marcas del semiconductor, tecnología de las Inteligencias. Cuando vuelve en sí, Cleo ya volvió su atención a los tanques de agua.
“Entonces, tenemos el metal, tenemos el mineral; pero, no tenemos cómo—” Cleo junta sus manos y entrelaza sus dedos. “La electricidad, en teoría, debería separar la tierra, la sal, todo eso, a sus partes más básicas. Una vez separadas, estas—”, ahora hace círculos con sus manos en el aire, “¿moléculas? Deberían encontrar otro hogar. En este caso, el metal, en teoría”.
Cleo abre otro compartimento de la herramienta, toma un grueso cable del suelo y lo conecta a este. Finalmente, coloca la triple punta dentro del tanque. “¿Listo para ver magia?”
“En teoría…”, dice Gaddi, poniéndose sus propios lentes de protección que colgaban de su cuello.
Cleo se ajusta sus gafas de igual manera y presiona el botón de encendido. Después de un sutil zumbido, chispas de electricidad saltan alrededor de la punta sumergida en un pequeño espectáculo de luces dentro del agua. El líquido comienza a burbujear y agitarse. Los ojos de Cleo brillan con el baile de las burbujas y una sonrisa se dibuja en su rostro. Después de unos segundos, apaga la herramienta y la saca del tanque, hace lo mismo con la rejilla que sujeta la placa metálica.
Cuando Cleo levanta la rejilla y camina hacia la mesa, Gaddi se quita sus gafas y parpadea una, dos, tres veces. Por momentos parece como si Cleo cargara una rejilla vacía, pero un segundo después, el metal está ahí, colgando como un momento antes. “Refleja—”
“¡La luz, sí! ¡Algo, pero la refleja! ¿Lo ves? Si hago otro dron, pero lo cubro con esto, tal vez así pueda—”
“Si ya sabes cómo hacer uno mejor, ¿para qué quieres el viejo?”
“Si lo interceptaron fue por algo,” Cleo camina hacia la puerta de su taller y se asoma de lado a lado. Voltea a Gaddi, “Tengo que recuperar sus datos y saber qué fue lo que descubrió.”
Cleo y Gaddi hacen su viaje de tres días hasta la Quina, una cadena montañosa en la parte más occidental de Arkania. Viajan rápido y ligero. Arkania es un lugar tranquilo. Varios pueblos se delinean a lo largo del camino.
Las montañas ahora están a un par de kilómetros de distancia y Dron 2.0 emite un pitido a medida que se acercan las lecturas del primer dron. Cuando comienzan un ligero ascenso, el aire de la noche comenzó a soplar, enfriando la atmósfera circundante.
Momento del divague
La directora del Carl Sagan Institute cree que el descubrimiento de vida alienígena está a solo unos cuantos años de distancia, gracias al poder del Telescopio James Webb, ese que mandó al pobrecito Hubble a la fábrica de pegamento.
Ok ok, puede que se trate de una hipérbole, el "descubrimiento de vida alienígena" básicamente significa que el telescopio está programado para detectar biofirmas, palabra científica para "signos de vida" como la producción de gas metano. Pero, ¿a poco no suena divertido?
La noticia me hizo recordar el que quizás es mi libro favorito de todos los tiempos pasados y por haber: Childhood’s End de Arthur C. Clarke, otra de las grandes inspiraciones para Nebula. Tiene uno de esos finales que te hace bajar el libro y quedarte viendo al extenso vacío por varios minutos pensando “…órale“. ¿Con cuál libro te ha sucedido algo así? Compártelo en los mensajes ahí abajito.
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