Debo decir que este ejercicio me ha hecho escribir como hace mucho mucho no lo hacía. A los que llevan ya un mes (¡un mes!) desde que empecé, muchas gracias. A los que se han unido en este tiempo, muchas gracias. A los que este es su primer Nebula, muchas gracias.
Entre semana compartí el primer boceto de quién es Cleo, pero según las métricas de Substack a unos se les pasa abrir ese correo. Para que todos estemos en la misma página, aquí se los vuelvo a compartir.
Ok, me debatí mucho si debía poner o no la siguiente canción como el fondo de este cuento. “No seas idiota, vas a romper demasiado la cuarta pared con buena parte de la audiencia,“ pensé. “Pero queda,“ me dije. “Vas a matar el feel,“ me respondí. “No, de hecho está con el ambiente de la historia, le da suspenso“. En fin, escúchenla una vez, ríanse si quieren, sáquenlo de su sistema (el que entendió, entendió) y luego ya la ponen otra vez. Si no entendieron, pregúnten y les digo a qué va el chiste, solo no quiero arruinar la sorpresa aquí para los que sí lo podrían captar.
Por cierto, recuerda esta es la primera vez que un cuento tiene una continuación directa. Si eres nuevo en Nebula esta semana, o si quieres refrescar la memoria, aquí puedes leer la parte uno. Ahora sí, comenzamos.
Había parecido un plan tan sencillo. El recubrimiento del dron había funcionado a la maravilla, sobrevolando cientos de kilómetros sin ser detectado. Pero, al llegar a la cima de uno de los montes, yacía un enorme pozo kilométrico. Después de un destello de luz y un sonido ensordecedor, el dron se desplomó y ahora yacía en un montón de escombros al fondo del agujero.
Cleo voltea hacia Gaddi, que apenas asoma la cabeza por encima del muro donde se esconden. Gaddi le devuelve la mirada, sus grandes ojos negros reflejan las brillantes luces azules que emanan de la enorme entrada subterránea frente a ellos. ¿Qué mierda fue eso?, le dice con los labios. Lo que sea que haya reducido la preciada creación de Cleo a pedazos todavía pulsa ondas de energía.
Un disco gigantesco se asoma desde las profundidades, blanco con cientos de anillos rodeando su superficie. Uno de estos todavía pulsa con luces azules, que pasan a celeste y después a un inerte gris. Cleo le calcula al disco un diámetro de por lo menos un kilómetro y al agujero, una profundidad de más de 200 metros.
Tac. Cleo baja de golpe el visor de su casco. Las luces dentro cobran vida y una interfaz se despliega en la parte inferior. Con su mano derecha hace un gesto como si girara una perilla invisible y lentamente, la escena frente a ella se acerca más y más. Cuando alcanza una ampliación de cinco veces su distancia natural, Cleo siente como el estómago se le hunde de golpe.
Desde pequeños, siempre se les había contado que las Inteligencias jamás deberían de asumir forma humana. Pero aquí, frente a ellos, decenas de autómatas humanoides emergen de las profundidades. Un espeluznante ejército de metal brillante y cromado.
Cleo le pasa el casco a Gaddi, quien se lo quita apenas unos segundos después. “No me gusta esto,” le dice pasándoselo de vuelta. Cleo, que no ha despegado la vista de la escena, le hace una seña de que se agache.
Tres autómatas se desprenden del grupo para examinar los restos del artificio de Cleo. Uno de los robots despliega una luz verde desde donde estarían sus ojos, que escanea los escombros. La luz se extruye en líneas verdes poligonales hasta formar una imagen del dron antes de que fuera destruido. La imagen sube hacia los aires y hace en reversa el recorrido que había tomado antes de ser derribado. Un Explorador viaja a su lado, siguiendo con detalle cada centímetro de su vuelo.
Cuando el holograma y el Explorador están casi por encima de ellos, Cleo se amontona junto a Gaddi en un apretado hueco en la pared. Solamente pueden escuchar un leve zumbido y ver el tinte verdoso de la luz que se asoma de entre las hendiduras del muro. Veinte segundos después, el zumbido se escucha cada vez más lejos y se asoman, para ver dos puntos en el cielo alejarse varios cientos de metros a la distancia. “No me puedo ir sin saber qué sucede aquí,” le dice con firmeza.
El ejército cromado continúa su marcha hacia el extremo derecho del agujero, donde un gigantesco ascensor los sube en grupos a la montaña sobre ellos. A varios metros a la izquierda, Cleo y Gaddi ven una pendiente en medio de la oscuridad y comienzan su cuidadoso camino hacia el fondo. Solamente quedan los tres autómatas que rodean la todavía masa humeante del dron caído.
Cuando alcanzan el fondo del agujero, Cleo le hace una seña a Gaddi con los dedos; uno, dos, tres, y gesticula con las manos dibujando un círculo en el aire, tú por allá, yo por acá. Gaddi se pega a la pared del agujero y continúa de cuclillas, Cleo se apresura para esconderse detrás de un Transportador, una unidad tipo vagón para acarrear materiales, saca un pequeño control de su bolsillo e introduce varios comandos. Por favor, funciona, piensa al momento que presiona un último botón.
Una pequeña linterna brilla desde el dron derribado, los robots giran hacia él y uno extiende su antebrazo, que se abre para revelar una espada corta que se propulsa hasta su mano y de un movimiento corta el dron en dos. Cleo y Gaddi sacan sus cortadores láser y corren a toda velocidad hacia ellos, cada uno apuñala la nuca de una de las máquinas. La punta de la hoja penetra limpiamente y atraviesa el otro lado de sus cuellos. Ambos hacen un corte hacia arriba y las cabezas robóticas se abren como frutas maduras, bañando de chispas al suelo.
Mientras los cuerpos robóticos caen al suelo, el tercero se da vuelta y logra agarrar el filo del cortador de Cleo cuando se abalanza sobre él, pero sus dedos brillan naranja por un segundo gracias al calor de la navaja y son separados limpiamente de su mano. El robot brevemente mira su mano sin dedos antes de extender su otro antebrazo, que apenas alcanza a abrirse antes de que Gaddi lo corte en dos. La máquina tropieza hacia atrás y simplemente cae al suelo. Ambos se paran encima del cuerpo.
La cabeza, aunque de tamaño humano, tiene forma triangular. No tiene alguna característica discernible, salvo que en donde deberían de ir los ojos hay una hendidura profunda, de donde Cleo y Gaddi notan por primera vez un leve tono verdoso parpadear y apagarse levemente. A unos cuantos metros yacen los dedos cortados.
Cleo se agacha para darles un mejor vistazo, tienen unos ángulos extraños y las marcas en la empuñadura de la espada, que todavía yace escondida parcialmente en el antebrazo cortado, le hacen suponer que están hechos específicamente para sostener el arma. “Parecen piezas temporales,” dice. Gaddi la jala del brazo, “Tenemos que movernos, vamos.”
Los dos se levantan y caminan al lado opuesto del elevador, no sin antes tirar una mirada curiosa a sus espaldas, hacia dos grandes compuertas que sobresalen de una esquina. “Yo me encargo," Cleo sonríe, mientras saca de nueva cuenta su pequeño control y lo apunta a donde las puertas se conectan moviéndolo de arriba a abajo mientras presiona algunos botones.
Las puertas se abren, revelando varios metros de un largo pasillo con múltiples salidas a lo largo de su extensión, el resto se lo come la oscuridad. Cleo le suelta una palmada a la espalda de Gaddi y avanzan hacia lo desconocido.
Momento del divague
Esta semana vi un montón de noticias interesantes que les quería compartir, como esta donde un equipo de locos diseñaron su propio stillsuit estilo Dune para retener toda la humedad del cuerpo y convertirla en agua potable (una forma bastante valiente para decir “Hey internet, bebí mi propia pipí“).
Otra más, que investigadores han identificado al menos siete estrellas en nuestra galaxia que pueden estar rodeadas por megaestructuras extraterrestres súper avanzadas. El estudio obvio toma en cuenta que bien puede haber falsos positivos como la existencia de nebulosas (jojo name drop del newsletter) rodeando las estrellas o grandes nubes de roca y polvo dejadas por colisiones entre exoplanetas.
Pero bueno, mientras haya una ligera oportunidad de que existan las Esferas de Dyson, megaestructuras hipotéticas que abarcan toda la circunferencia de una estrella y capturan un gran porcentaje de su producción de energía solar, podemos seguir soñando en un futuro donde nos paremos en una estación espacial a comprar una bolsita de Zorblax Chips para el camino y echarle un tostón de “la verde” a tu nave espacial.
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Un Otso en el espacio!! Ocurrente que eres ;)